Autor: Leonardo Pacheco

La inventiva humana no tiene límites y esto ha tenido como efecto que perdamos la capacidad de asombro y que veamos a la tecnología disponible como algo cotidiano. Los avances de hoy en el pasado hubiesen servido de material para un obra de Ray Bradbury o Julio Verne, pero para nosotros son cosas del día a día.

Dentro de los avances experimentados por el automóvil está el de las ayudas electrónicas, algunas de ellas enfocadas a perfeccionar el manejo y otras a brindarnos seguridad, aportes que en poco tiempo pasaron de ser sencillos componentes hasta transformarse en sofisticados sistemas incluso pensantes.

En el ámbito de la seguridad se encuentran las asistencias para estacionar, en todas sus formas, un dispositivo que está presente en casi todos los automóviles que se comercializan en el mundo y que dio sus primeros pasos a principios del siglo XX, claro de una forma bastante primitiva. 

Fue en 1905 cuando la reversa comenzó a utilizarse de manera “masiva” en los automóviles, y al ofrecerse la posibilidad de conducir hacia atrás inmediatamente los usuarios vieron que podían estacionar sus vehículos de ese modo, para así facilitar la salida; los percances no se hicieron esperar, en la forma de roces, golpe e incluso daños a la propiedad.

No está claro quién fue el iluminado pero a alguien se le ocurrió la idea de ofrecer un accesorio sencillo para prevenir accidentes en reversa, al estacionar por supuesto. Se trataba de unas campañillas colgadas en un brazo oscilante (como en la puerta de una casa) y el que a su vez se montaba en ambos extremos del parachoques trasero, invento que según muestran los registros apareció en 1908. 

El sonido de esas campanillas es en estricto rigor el primer aviso sonoro de proximidad, o más bien dicho de distancia porque tintineaban al toparse con un obstáculo. Muchos años después y luego de un extenso periodo en que nadie le dio importancia a evitar percances al estacionar, a principios de los cincuenta y en parte de los sesenta las carrocerías adoptaron unas enormes aletas que muchos utilizaron como guías al momento de maniobrar en retroceso; los mejores ejemplos los ofrece Cadillac, con sus modelos Serie 60 Special Fleetwood de 1948 y El Dorado… especialmente el de 1959. Algo de ese estilo también se vio en los europeos Peugeot 404, Austin Cambridge y Mercedes-Benz 220 S/SE (W111).  

El último invento previo a la era electrónica está registrado por Mercedes-Benz, que eran unas antenas incluidas en el Clase S de 1972 (W116), las que se desplegaban cuando el conductor seleccionaba la marcha atrás; la acción la ejecutaba un pequeño electromotor de bobina. Lo único que prevenía un eventual daño eran esas antenas, las que por lo general terminaban dobladas o arrancadas de cuajo cuando la maniobra no se realizada a una velocidad prudente.

 

El conductor relegado a espectador

 

El avance de la electrónica trajo consigo innovaciones importantes, desde los sencillos pero eficientes sensores, hasta los sistemas autónomos para estacionar, los denominados Intelligent Park Assist. Por supuesto que en esta revolución tecnológica también están incluidas las cámaras traseras, que nacieron como un simple monitor y que luego se transformaron en proyectores que muestran imágenes generadas digitalmente… con absoluto apego a la realidad.

Los sensores de retroceso pueden ser de tres tipos, de radares, electromagnéticos o de ultrasonido, y basan su funcionamiento en el rebote de la señal contra un obstáculo, como el radar de un murciélago, el quiróptero no el Lamborghini.

Como ya sabemos, a medida que nos acercamos a un obstáculo sólido o a un objeto la señal de los sensores rebota con mayor intermitencia, y eso se expresa mediante un pitido que podemos interpretar como distancia. Esta tecnología luego incluyó luces en el tablero, para que las indicaciones no solo fueran acústicas sino que también visuales.

Y luego llegaron las pantallas con cámara trasera, que nos muestran detalladamente lo que sucede en la zaga del automóvil, imágenes que son captadas por un lente tipo “ojo de pez”. Pero esta tecnología en poco tiempo pasó a la segunda fase, mediante sensores externos que construyen una imagen aérea del automóvil y del espacio disponible para estacionar, una recreación tan real que cuesta creer que se trata de una simulación.

No conforme con esas asistencias la tecnología avanzó hacia su siguiente objetivo: relevar al conductor de la tarea. Y así fuimos reemplazados por sistemas autónomos, los denominados Intelligent Park Assist, provistos de sensores e infalibles cerebros electrónicos que en algunos casos no solo aparcan el vehículo sino que incluso buscan el espacio para hacerlo… y todo sucede mientras el conductor se cruza de brazos.