Autor: Leonardo Pacheco

Cada país tiene sus costumbres, su cultura y símbolos, y está claro que Francia cuenta con dos excelentes embajadores: la Torre Eiffel y el Citroën 2CV. Así es, un automóvil asumió la responsabilidad de representar a toda una nación, convirtiéndose en el pregonero del modo de vivir y actuar de los habitantes de ese hermoso país… un mensaje que ha recorrido el mundo entero.

La historia del 2CV “Deux Chevaux Vapeur”, que en su lengua natal significa “Dos Caballos Vapor”, se inició un poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Para la firma del doble chevrón los años treinta fueron bastante exitosos, con el modelo Traction Avant ofreciendo excelentes dividendos y con un prestigio en constante alza, pero aun así la marca debía prepararse para enfrentar los años venideros; por supuesto que nadie veía venir otra guerra.

El ingeniero André Lefebvre y el diseñador Flaminio Bertoni, los mismos autores del Traction Avant, en 1936 comenzaron a desarrollar un automóvil revolucionario y de bajo costo, algo así como el Ford T galo, un ejemplar que daría respuesta a todas las necesidades de la clase trabajadora francesa, incluyendo a los parisinos y también a los habitantes de las zonas rurales.

A ese proyecto se le denominó TPV (Toute Petite Voiture), y en 1937 los prototipos comenzaron a ser probados en terreno, en medio de lodazales y pastizales, con un total de 250 unidades fabricadas en dos años. Se utilizó aluminio corrugado para realizar la carrocería, el techo era de lona, se le dotó de un solitario faro frontal y un pequeño motor de 375 cc que producía 8 cv, enfriado mediante agua, se encargaba de impulsarlo; se le daba arranque con una manivela.

Todo iba bien hasta que las nubes negras de la guerra cubrieron los cielos de Europa, especialmente de Francia, y es en ese momento cuando la narración adquiere un tono casi novelesco, porque los responsables del TPV decidieron destruir los planos y casi todas las unidades del modelo para evitar que cayeran en manos del enemigo; lo más triste es que había sido develado con mucho éxito en la edición 1939 del Salón de París. 

Según los escasos registros de la época no más de una docena de Citroën TPV vivieron en la clandestinidad durante la guerra, ocultos en graneros y subterráneos, y en algunos casos con valientes trabajadores de la marca custodiándolos y avanzando en su desarrollo pese a las adversidades.

Por fin regresó la paz, y recién en 1948 en el Salón de País debutó el rebautizado Citroën 2CV, claro que no todos trataron respetuosamente a ese sobreviviente de la guerra; recibió toda clase de apodos. El ejemplar de posguerra adoptó una planta motriz refrigerada por aire, la carrocería se construyó con acero, se le sumó otro foco en el frontal, se mejoraron los asientos y así se mantuvo sin mayores cambios por casi 40 años.

La suspensión del 2CV era tema aparte, porque tenía un esquema bastante curioso, con brazos pivotantes y amortiguadores tipo botella, un mecanismo que lo hacía casi imposible de volcar y que le otorgaba un suave andar en los caminos más inclementes. Este Citroën lucía como un enviado del pasado, considerando que nació casi una década antes de iniciarse su comercialización y, pese a todo, los franceses lo amaron, lo adoptaron como uno de sus símbolos patrios y luego el mundo entero sucumbió ante sus encantos… y así comenzó la leyenda.   

Una larga y provechosa vida 

Muchas variantes inspiradas en el 2CV original se construyeron en los años siguientes, como el furgón de carga AK6, el Dyane, el Acadiane e incluso una versión equipada con dos motores y tracción integral, el 2CV Sahara. Por supuesto que en este resumen no podemos olvidarnos del Mehari, que tenía su semejante chileno, el Yagan, el que se mantuvo presente entre 1971 y 1973.

Y si de inventos nacionales se trata, el que se lleva los máximos honores es la Citroneta, ese híbrido de 2CV con caja trasera, lo que le dio pie a ese simpático nombre; mezcla de Citroën y Camioneta. Fue en 1957 cuando se fundó Citroën Chilena S.A, en la zona norte (Arica), centro industrial donde por más de diez años se ensamblaron estas variantes que son únicas en el mundo.

Considerando que el 2CV y todos sus derivados se fabricaron en diferentes rincones del planeta, no es extraño que la última unidad de este connotado modelo no sea francesa, sino que portuguesa. El 27 de julio de 1990, cuando el reloj marcaba las 16 horas, salió de la línea de producción de la fábrica de Mangualde un Citroën 2CV 6 Charlestone con carrocería bicolor (dos tonos de gris), en cuya placa estaba inscrito el código AZKA0008KA4813… era el último de los 2CV. 

Así se cerró el diario de vida del Citroën 2CV, al cabo de 42 años y con nada menos que 5.118.889 unidades puestas en las calles del mundo.